Lo que nos enseñó Almudena

Ha muerto Almudena Grandes y nadie lo siente tanto como su famlia y amigos. Pero detrás, vamos legión. Si no hubiera conocido su posicionamiento ideológico y su temperamento por sus intervenciones públicas, su obra me hubiera llegado igual. Porque más alla de que hablara desde un posicionamiento ideológico, lo hacía desde uno moral: el de quienes saben que la vida no va solo de listos y tontos, de resolutivos y vacilantes, de ganadores y perdedores.

Nuestras virtudes (y defectos) no flotan en una piscina de cloro que vuelve nuestro entorno aséptico y homogéneo, igualando las posibilidades de todos. A unos la vida les va a favor, y a otros a la contra. Uno de los fragmentos televisivos que más rabia me han generado fue en uno de esos programas que enseñan la vida de españoles privilegiados, no recuerdo si era sobre las casas más grandes o los que iban a las discotecas más exclusivas. Vaya por delante mi respeto al patrimonio de cada cual. Lo que me enciende son los ricos que ya lo traían de cuna y se permiten el lujo de llamar tontos a los que, participando en una partida de póquer donde solo uno recibe los ases, pierden. Y eso fue lo que vino a decir un abogada vestida para un baile de disfraces en un elegante hotel madrileño.

Almudena enfocó en sus libros (también en sus columnas en El País) hacia los de los naipes mal repartidos. En sus Episodios de una guerra interminable, nos contó que había colegios de monjas donde se hacía negocio con el trabajo de las niñas internas, que se arrasaban las manos frotando manteles de restaurantes; que los desaprensivos campaban a sus anchas abusando de las mujeres de republicanos encarcelados; o que hubo maquis o exiliados que siguieron luchando y soñando hasta el final con que se hiciera un poco de justicia, con que se reequilibraran algo las manos.

Pero no solo en esos libros aprendimos cosas. En los anteriores supimos que no siempre la hermana «buena» era la que nos querían vender; o que había un momento en la vida en que una mirada nos descubría que contábamos con un poder sobre el otro que desconocíamos; o que ser consecuente con uno mismo no siempre nos lleva a vencer, pero siempre merece la pena, aunque sea para dormir tranquila.

Joder, Almudena, qué solitos nos dejas.

Cosas bonitas para Zachary

Íbamos de excursión familiar en tren, ya no recuerdo a dónde, tal vez a la playa. En aquella época éramos tres, y Sara, que debía tener 4 o 5 años, siempre llamaba la atenció de alguien. Era un inmejorable gancho para establecer conversación con desconocidos. Sin duda, la de aquel día fue de las más curiosas.

Un matrimonio mayor, con indudable pinta de extranjeros, nos preguntó en inglés por el nombre de nuestra hija, su edad, nos comentó lo guapa y simpática que era… Y entonces vino la explicación. Eran de Nueva York y estaban de ruta por toda Europa. Les daba tanta pena que su nieto Zachary (que tenía más o menos la edad de Sara) no hubiese podido viajar con ellos que le habían prometido una cosa. Y ahí vino la petición, acompañada de la exhibición de un peculiar detalle… Sacaron una foto, impresa a considerable tamaño, de la cara de su nieto. Nos explicaron que la promesa consistió en que harían fotos de las cosas que más les gustasen durante el trayecto junto a la imagen de Zachary. Y una de esas ‘cosas’ era Sara. A nuestra hija nunca le ha gustado que le tomen fotos así que, por supuesto, le pregunté. Y, reconozco que lo preferí, me dijo que no quería que la retratasen.

Estos días, en plenas elecciones americanas, pensaba en esta anécdota. El matrimonio era encantador, y la petición no tenía malicia alguna, estoy segura. Pero fue todo un poco marciano, un tanto snob. Cuando oigo decir que muchos americanos, aunque no coincidan en todo con Donald Trump, le votan porque lo sienten como uno de los suyos, puedo entenderlo, sin dejar de extrañarme por ello. Los demócratos les parecen a menudo un tanto extravagantes, como una película de Woody Allen en la que no podrían ni acercarse al casting.

Además, a mucha gente le gusta el abusón de la clase, mientras que no la tome directamente con ellos. Les hace gracia su descaro, que diga lo que quizás ellos también piensan pero no se atreven a decir, las soluciones (o no) por la vía rápida… Es como esas estrellas mediáticas que tienen como mayor mérito la falta de pudor y la rapidez en soltar supuestos zascas. A muchos les hacen gracia (hubo una encuesta en España donde no pocos dijeron que votaría a Belén Estebán en unas elecciones), aunque nadie querría tenerlas como vecinas o como presidentas del AMPA. Pero allá a lo lejos…

Creo que también entra en juego cierto pragmatismo de los americanos frente a muchos europeos. Al final, son legión los que votan con el bolsillo. Así que si un presidente nefasto en algunos aspectos (o en la mayoría, como Trump), por buen hacer o por azar, les ha dejado con una mejor situación económica tras los últimos cuatro años, tendrá su voto para los cuatro siguientes.

Parece que, pese a todo, este cuento va a tener un final feliz en pocas horas. Sin emargo, ¿lo pondrá fácil Trump comportándose como un buen perdedor y priorizando el bien común? Lo dudo mucho.

20 años de Google: usar un buscador no es saber buscar

Los 20 años del celebérrimo motor de búsqueda Google llegan en plena era de las Fake News. Y también en un momento en que abundan las noticias sobre trabajos universitarios que abusan del «corta y pega». Ni una cosa ni otra son nuevas. Los bulos siempre han existido. Antes se transmitían por el boca oreja, luego a través de algunos medios de comunicación, más tarde por e-mail… Ahora solo se han amplificado gracias a la enorme difusión de los smartphone y, con ellos, el rápido acceso a las redes sociales. Tampoco son nuevos los «copy-paste» en los trabajos escolares.

La lupa de GoogleCuando hace 15 años di clases a universitarios de primer curso (precisamente, eran alumnos de Comunicación, y la asignatura, Documentación) viví una anécdota curiosa. Internet no era aún de uso tan común como ahora, y los pendrive no abundaban. Pedí a los estudiantes que hicieran un trabajo a partir de una búsqueda de información. Uno de ellos, en lugar de entregarme los folios a ordenador, me dio un pendrive. Al preguntarle qué se suponía que tenía que hacer con eso, me contestó que el trabajo era muy largo, y que así se ahorraba imprimirlo.

Aparte del pasmo inicial, lo que comprobé al abrir el documento fue que sí era muy largo: lo era porque se había limitado a enganchar fragmentos repetitivos y sin contrastar encontrados en Internet. Y los fue enlazando (sin orden ni concierto) hasta alcanzar el número de hojas que le pareció que le harían quedar bien.

Estudiante en biblioteca¿Sabía aquel alumno utilizar Google? Por supuesto, no es difícil, solo hay que escribir unas palabras y darle al botón de Buscar (también puedes darle al Voy a tener suerte, y los resultados serán diferentes; aunque eso sería tema de otro post). Pero, conocer el uso de la herramienta equivale a saber buscar información? No, y mucho menos a saber qué hacer con ella.

Siendo periodista, les debo total admiración y agradecimiento a Larry Page y Serguéi Brin (los fundadores de Google) por la de tiempo que me han ahorrado. Sin embargo, yo llegué a Google después de haber aprendido a espabilarme para encontrar la información que necesitaba. Iba a bibliotecas, acudía a las fuentes originales, preguntaba a expertos, entrevistaba por teléfono, enviaba cuestionarios… Ello me obligaba a elegir bien las fuentes y a evaluar su calidad.

Las generaciones más jóvenes, a menudo, ni siquiera saben buscar en un diccionario en papel, y ni se plantean si hay (por ejemplo) un museo de ciencias naturales al que puedan ir a consultar, en persona, sus dudas para un trabajo académico. Es decir, la simplificación del modo de conseguir información está privando a los estudiantes de hoy día del desarrollo de otras habilidades muy útiles.

Fake NewsLo mismo ocurre, creo, con el consumo rápido de información. No hay paciencia para leer o escuchar noticias que analicen los asuntos de actualidad con profundidad. Y tampoco que se esmeren en aportar eso que, al menos hasta hace poco, ponía en valor la labor de los periodistas: el contexto. No digo que ya no exista ese esfuerzo periodístico por contrastar y contextualizar, sino que, con frecuencia, la audiencia no lo tiene en cuenta. Para que no te cuelen una Fake News es necesario estar dispuesto a buscar la versión de varios medios, fijarse en la fuente y en su fiabilidad, acudir a la hemeroteca (virtual), etcétera. ¿Queda mucha gente que haga eso hoy día? Si has llegado hasta esta línea, quizás seas uno de los pocos que aún lo hace. Me encantaría que me lo confirmarses comentado este post.

Por cierto, felices 20, Google.

Infografías: la imagen al servicio de la comunicación

Infografía: 5 consejos para persuadir con tu escritura

Decía Antoine de Saint-Exupéry, el célebre autor de El Principito, que «La perfección no se alcanza cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar”. Por eso, quienes escribimos sabemos de la importancia de «podar» los textos hasta dejar solo lo esencial.

A veces, y más en esta época de cultura eminentemente visual, una estrategia para redondear una información y hacerla atractiva (sin abusar de la largada del texto) es combinar letra e imagen. Y una de las mejores formas para lograrlo es a través de las infografías. Hasta hace poco, realizar una de estas piezas (que sirven desde para hacer listas, a explicar procesos complejos, o a ampliar una información muy en detalle; y que hace tiempo que son un recurso imprescindible en la prensa escrita, en papel y digital) era coto exclusivo de los diseñadores gráficos. Y aunque las grandes infografías siguen requeriendo de las habilidades y conocimientos de los profesionales especializados, algunas herramientas han puesto al alcance de todos elaborar productos más que dignos.

Os dejo como ejemplo dos infografías que he realizado para diferentes entornos de trabajo: la primera, «Persuadir con tu escritura», la utilizo en mis clases de Comunicación corporativa. La segunda, «Ollas y sartenes en forma», la he publicado en la revista 4HomeMenaje, de la que soy redactora. Espero que os gusten. Si os animáis a utilizarlas, os recomiendo dos programas (ambos con versión de pago pero con una versión gratuita con bastantes prestaciones): Canva y Piktochart. En Internet (y en las webs de ambas herramientas) encontraréis ideas y tutoriales para utilizarlas (son sencillas, solo requieren un poco de práctica). Y, sobre todo, recordad respetar los derechos de autor de los recursos gráficos que empleéis (aquí os dejo un artículo explicando como Google permite filtrar la búsqueda de  imágenes para encontrar las que se puedan utilizar sin contravenir los derechos establecidos para el uso por parte de terceros).

Y ahora, ¡a crear!

«Gürtel, la serie» llega a su fin. ¿Cambios en el reparto?

Estado

Nos vemos en las Ramblas

No soy barcelonesa, nací en Badalona y siempre he vivido en Santa Coloma. Sin embargo, si para cualquier catalán Barcelona es «su» ciudad (aunque no lo diga en el padrón) para los que vivimos a dos pasos y hemos hecho de la capital nuestro lugar de trabajo, de ocio y de afectos Barcelona es nuestra. Y después del 17 de agosto, aún más.

Cuando mi padre emigró a Barcelona hace más de 50 años (desde un pueblo donde seguramente la Rambla no hubiese cabido entera) estuvo a punto de intercambiarse direcciones de las casas con «mestressa» (señoras o familias que alquilaban habitaciones al alud de inmigrantes que llegaban de toda España) con un amigo que hizo en el tren. Pero mi padre le dijo que no hacía falta, que ya se verían «por las Ramblas». Había escuchado que todo el mundo que llegaba acababa paseando por aquel boulevard, que él imaginaba parecido a la calle mayor de su pueblo. Como es de suponer, nunca se reencontraron.

No recuerdo la primera vez que las visité. Sí que en aquella época, desde Santa Coloma, cuando aún no teníamos metro, la capital parecía lejana. Me viene a la memoria una profesora de catalán en el instituto, Josepa, catalana, ella sí, desde hacía varias generaciones, que se enfadó mucho con nosotros cuando empezó a citar algunas estatuas de autores repartidas por Barcelona y ninguna nos sonaba. Todavía no habíamos descubierto muchos de los rincones de la gran ciudad que luego nos resultarían cotidianos.

Durante ocho años, en dos periodos diferentes, he trabajado a un paso de las Ramblas. En uno de ellos, preparaba dossiers de prensa, así que en el turno de fin de semana recogía a las 8 de la mañana (cruzándome con gente de mi edad que venía de juerga) un enorme paquete de periódicos en un kiosco de la zona, uno de los que han vivido el horror de presenciar y sufrir un atentado terrorista. También he comprado diarios, por el gusto de hacerlo, cuando he salido de fiesta por el barrio. Para una periodista, la Rambla y sus kioscos siempre abiertos son un goce para la vista, incluso ahora que cada vez venden más souvenirs y menos prensa.

Les Rambles, Plaça Catalunya (qué tristeza ver los puestos de comida para palomas abandonados tras el atentado y la plaza desierta), Liceu (también trabajaba cerca cuando se incendió, y sobre ese desastre escribí una de mis primeras prácticas para la facultad), Drassanes (media área metropolitana hemos estudiado idiomas allí), las calles del Raval (donde tomábamos sangría en mesas en las que se te pegaban los codos)… Todo eso es nuestro patrimonio, nuestro espacio de vida y el custodio de algunos de nuestros recuerdos más queridos. Y quiero seguir acumulando más: más recuerdos, más vivencias compartidas, más alegría, más mezcla, más convivencia…

Costará volver a mirar las Ramblas con los mismos ojos sin acordarnos de las personas que fallecieron en el atentado. Duele ver sus caras en los periódicos y pensar en los planes o las casualidades que los llevaron allí en ese momento; el saber que nadie merece algo así y que le tocó a ellos como nos podría haber tocado a cualquiera. Cualquier cosa que se diga (ánimo, el dolor irá disminuyendo…) suena a tópico, a algo muy pequeño ante un mazazo tan grande. Poco más se puede añadir, solo que lo sentimos mucho y que ojalá nadie tuviera que volver a pasar por algo así. Nunca, en ningún lugar.

 

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar

A mis madres

Soy una mujer afortunada que antes fue una niña con suerte. Tener tener, tengo una única (y magnífica) madre. Pero crecí en una época en la que la «familia extendida» era una realidad. Además, era bisnieta, nieta e hija de mujeres que habían sido madres jóvenes. Así que disfrutaba a diario no solo de mi madre (sí, con las madres también se disfruta, no todo son regañinas para que comas pescado o hagas los deberes), sino también de mi abuela y de mi bisabuela. Un lujo.

De todas aprendí mucho. Creo que puedo mirarme en el espejo de cada una de ellas; en uno u otro sentido, me parezco a todas: a Mamachón (el apelativo familiar de mi bisabuela), a mi abuela Encarna, y a mi madre Carmen. Mamachón era lista y persuasiva, sabía ganarse a la gente, algo que hacía de modo natural, sin tener que forzarlo. Mi abuela era práctica, honesta y fiel a los suyos hasta el final. Y mi madre… Mi madre es buena hasta decir basta, fuerte, tierna.

Mis hijos no han conocido a sus bisabuelas, y perdieron a su abuela Teresa muy pronto. Eso sí, su abuela Carmen está muy presente en sus (nuestras) vidas, igual que el abuelo Manuel. Le debemos mucho a esa cadena de mujeres que nos da raíces sólidas. No es fácil hacerlo bien. Cuando le toca a una misma, se da cuenta. Y entonces, si no lo habías hecho ya, pones en valor el trabajo de tu madre. Porque no hay empleo más longevo y exigente. Tampoco mejor pagado. Aunque el salario suele ser en sonrisas, en besos y abrazos y en riadas de orgullo materno. ¡Feliz Día de la Madre, mamá!

Spandau Ballet: historia de un autógrafo

Spandau Ballet ha Autografo-Tony-Hadley-Spandau-Balletestado en Barcelona estos días, ofreciendo un concierto en los magníficos Jardins de Pedralbes. La foto que ilustra este post es un autógrafo de Tony Hadley, el cantante del grupo. Y no, a mi edad no voy pidiendo autógrafos por ahí como una quinceañera (con todos mis respetos para las susodichas). Ese autógrafo tiene casi 30 años. Y aquí va su historia. Cuando con 11 años empezó a interesarme la música, Spandau Ballet triunfaba con el álbum True. También fue en esa época cuando nos compramos el primer vídeo, así que mi hermana y yo veíamos los vídeos de Gold, True (grabados de la televisión en nuestras cintas VHS), y todos los que lanzaba el grupo, una vez, y otra, y otra… Tanto que mis padres conocían perfectamente el aspecto de todos los componentes de Spandau Ballet.

Unos años después, en el 87, mi padre iba caminando por Barcelona cuando se fijó en un chico moreno, alto, con aspecto de extranjero, que esperaba para cruzar un semáforo. No recordaba su nombre, ni tampoco sabía inglés, pero sí era consciente de que a sus hijas les encantaría que consiguiese un autógrafo de aquel cantante al que, por cierto, nadie más había reconocido. Y sacó su libreta de trabajo y un bolígrafo y se las dio a Tony Hadley, que escribió la firma que veis ahí arriba. Yo creo que, superada la sorpresa por ver que tenía admiradores masculinos maduritos en España, imaginó que el autógrafo no lo pedía para él. Al menos yo siempre me he adjudicado las tres x que hay junto a la firma, y que simbolizan besos.

El resto (las pegatinas del SuperPop, la decoración…) se lo añadí yo cuando mi padre vino y nos trajo la muestra de su hazaña. Una hazaña que completó acompañándonos a mi hermana y a mí (también vino mi madre) al concierto que daba el grupo en La Monumental de Barcelona. Nuestro primer concierto. Lo disfruté como una loca. Y el autógrafo estuvo durante muchos años colgado en la puerta del armario de mi habitación. Y, como veis, ha sobrevivido al paso de los años guardado como uno de mis recuerdos más queridos de la adolescencia.

Captura de pantalla 2015-06-24 a las 18.02.19

Vídeo del concierto de Spandau Ballet el 21 de junio en el Festival de Música de Barcelona (Jardins Palau Reial Pedralbes)

Y, casi tres décadas después, gracias a ganar un sorteo (en el que elegí a Spandau Ballet frente a Bob Dylan, Ana Belén y Víctor Manuel, Anastacia…), descubrí que quien tuvo retuvo, que Tony Hadley sigue poseyendo una voz envolvente y elegante. Que el saxo de Steve Norman le da un toque muy especial a la música del grupo. Que Martin Kemp sigue tan atractivo como siempre, pero que es su hermano Gary quien corta el bacalao. Y que aunque a la mayoría nos cueste recordar el nombre del batería (John Keeble) su aportación musical es básica. Y no, no llevé el autógrafo ni se lo intenté enseñar a Tony Hadley para decirle «my father asked you this autograph for me almost 30 years ago. You remember?». De hecho, si hubiera sido yo quien me lo hubiera encontrado en la calle, creo que me habría faltado valor para pedírselo. En cambio, pienso que por mi hija sí lo haría. Gracias papá.

Carmen también se hace selfies

Carmen, Liceu 2015El pasado miércoles vi mi primera ópera. Supongo que esto basta para dejar claro que ésta no es una crítica especializada. Tuve suerte por partida doble: porque compartí con mi madre unas estupendas y gratuitas localidades en el Gran Teatre del Liceu (me tocaron en un sorteo) y porque la ópera era ‘Carmen’, de Bizet. Creo que es una buena partitura para estrenarse. Varios de los pasajes ya los conocía (y me gustaban), y me da la impresión de que es una obra hasta cierto punto asequible a principiantes.

La invitación era para el ensayo general, pero la obra ha rodado tanto (la han visto más de 500.000 personas) que no tuvieron que interrumpirla ni una sola vez. El reparto me pareció magnífico. Me sorprendió la sensualidad de Carmen, la mezzosoprano Béatrice Uria-Monzon, y lo bien que encajaba en el personaje. Supongo que me había quedado con la imagen de grandes cantantes con voces prodigiosas pero con físicos alejados del que se les suponía a los personajes que interpretaban.

También me sorprendió, y me gustó, ver que hoy en día los cantantes son también actores. Que Calixto Bieito (imagino que también otros directores actuales) hacen que la puesta en escena se equilibre con la música (la dirección musical estaba a cargo de Ainars Rubikis). Que la interpretación, la gestualidad, los movimientos refuercen la obra. Y no, a mí no me molestó (quizás en algún momento sí me distrajo un poco) que ‘Carmen’ se hiciera un selfie, o que se quitara las bragas bajo la falda para tener sexo con Don José (Nikolai Schukoff). Incluso creo que me la hizo más cercana.

Carmen, Liceu 2015-2Me quedé con ganas de más. Porque el Liceu es precioso. Porque impresiona estar ante un escenario en el que caben cinco automóviles. Porque es un lujo que la música de la orquesta y las voces de los cantantes suenen tan bien, tan en el tono justo, que parece mentira que esté pasando allí, en directo. Sin entrar en disquisiciones que no domino sobre las capacidades técnicas de los cantantes, sí diré que me gustaron mucho. Especialmente Escamillo, el barítono Massimo Cavalletti. También impresionante el coro. Mientras los escuchaba, recordaba sus protestas por los recortes de plantilla y sueldo.

Aún así, no me emocioné. Disfruté pero no me emocioné. No al nivel que lo hice hace años con Los miserables o con Cabaret. No sé si fue cosa de la obra, cosa mía o es que para apreciar la ópera en toda su grandeza hace falta acostumbrar el oído. Intentaré repetir.