Una pistola en cada mano

Hace unos días conseguí colar una película de adultos en mi menú cinéfilo, que se nutre de Hotel Transilvania, El origen de los guardianes, Rompe Ralph y otros títulos obligados cuando se tienen hijos menores de 10 años (digo yo que a los 10 podremos ampliar la carta y buscar películas fuera de la factoría Disney). Escogí Una pistola en cada mano porque me gusta mucho el cine de Cesc Gay. Sus historias son cercanas, creíbles, agridulces y, aunque los defensores del cine de género (de acción, policíaco, de ciencia ficción, etc.) me llevarían la contraria, pasan muchas cosas.

No me hace falta ver este tipo de películas para saber que las relacioones humanas en general son complicadas, y las que se dan entre hombre y mujer, doblemente complejas. Pero me gusta verlo en pantalla grande, con buenos diálogos y, como en el caso que nos ocupa, magníficas actuaciones (todos los actores están bien, Cámara, Noriega, Darín, Mollà, Tosar, Sbaraglia, San Juan… pero me quedo con Eduard Fernández, ese perdedor al que, pese a todo, te llevarías de copas o de cena seguro, aunque tuvieras que invitarle porque siempre está apurado de fondos (por cierto, en la película es periodista…).

Ellos están entre perdidos y asustados. Ellas también transitan por los difíciles primeros años de la segunda mitad de la vida, cuando ya sabes que algunas puertas que cerraste (o te cerraron, o que dejaste que se cerraran) ya no volverán a abrirse. También tienen sus problemas (¡oh sí!), aunque se las ve más pragmáticas. Por cierto, grande Clara Segura. Ya me encantó en teatro, cuando la vi en L’Espera.

En fin, que es una buena película. Y que me da coraje saber que seguramente ya no estará en los cines (o en poquísimos) y que se  estrenó en muchas menos salas que cualquier film estadounidense. Y por supuesto con mucho menos dinero para gastar en promoción. Que sí, que hay tremendos peñazos en el cine español. Pero también en el de Hollywood, y en el coreano, y en el francés, el británico…

Que no podemos decir (y menos sin haber ido a verlo, que pasa) que American Pie o Resacón en las Vegas reinventan la comedia y que El otro lado de la cama es banal. O que el último director de moda de alguna cinematografía emergente -que ha rodado un tostón de tres horas lleno de miradas que pretenden decir mucho -es la bomba y que Medem o Rosales son unos siesos. O tragarnos gustosamente todas las películas sobre Vietnam y en cambio quejarnos cada vez que alguien revisita la guerra (o la postguerra) civil española.

Para gustos los colores, pero no está de más dar una oportunidad al talento de aquí. Que haberlo haylo.

La espera: Amor de madre

Pocas obras de teatro he visto que reflejen tan bien como «L’espera», de Remo Binosi, qué es y qué puede llevar a hacer lo que denominamos amor de madre. Además, La esperaObra de teatro La espera habla del motor que el amor, en general, supone en la vida de las personas. Como puede cambiarlo todo.

En la obra del autor italiano, ambientada en el siglo XVIII, tres mujeres muy distintas, dos de ellas embarazadas, se ven obligadas a compartir un encierro de varios meses, mientras aguardan a que la de clase social alta (una joven condesa) dé a luz a un hijo ilegítimo (de ahí su reclusión, para no frustar su boda con un duque). La acompañan una joven criada encinta y el aya de la condesa, una mujer mayor resignada (qué remedio) a su condición y a la vida solitaria que le ha tocado en suerte.

Las dos mujeres jóvenes, que al principio ni siquiera se respetan (se malsoportan) acaban enamorándose, y compartiendo el amor por los hijos que esperan, aunque ninguno de ellos ha sido buscado. No desvelaré más, porque ojalá mucha gente vea aún esta magnífica obra (maravillosas las tres actrices, Marta Marco, Isabel Rocatti y Clara Segura, y estupendo el trabajo de dirección de Juan Carlos Martel). Sólo añadir que hay pasión, entrega, traición… Y que me ha sorprendido leer que el autor (fallecido hace unos años, con poco más de 50) la escribió mientras su esposa estaba embarazada. Remueve tantas cosas este drama que yo creo que habría estado tocando madera continuamente para conjurar el mal fario si hubiese creado una historia así durante mi propia espera. Aunque quizá al escribir también hizo eso: alejar los miedos (que todos tenemos en un momento así) de su vida real y traspasárselos a sus criaturas de ficción. Por cierto, he ido a ver la obra al Teatre Sagarra con mi madre. Espero que mi hija también me considere buena compañera de platea dentro de unos años.