Libro del concurso de relatos TMB 2014

Captura de pantalla 2015-04-02 a las 23.35.26Hoy me he llevado una agradable sorpresa: en la web de TMB que promociona la nueva edición de su concurso de relatos online, han colgado un libro con los relatos ganadores y finalistas de la anterior edición. Y ahí están los dos con los que participé: Mi relación más larga (en la categoría de relato libre, pg. 18 del libro) y Conflictes de parella (categoría Sant Jordi Tweet, pg. 33).

Os dejo el enlace al pdf por si queréis leer mis cuentos o los de alguno de los otros participantes. Y la información para participar en la nueva edición la encontraréis aquí. ¡Feliz lectura!

El Chino también era un barrio

«El Chino» era el nombre por el que se conocía al barrio del Raval, en Barcelona, al que también se llamó distrito V. Ése, Districte V, es el título del libro que recoge los ganadores y finalistas del concurso de relatos con el mismo nombre. Lo ha publicado la editorial Montflorit, y son cuentos (micro y más extensos, unos en catalán y otros en castellano) inspirados en ese multiétnico lugar que es y ha sido siempre el Raval.Aunque no cobro derechos de autor : – ) os recomiendo el libro, porque hay relatos de mucha calidad. Lo podéis encontrar en librerías como Laie, La Central del Raval o Catalònia (al menos, se podía encontrar cuando se publicó, hace un tiempo, y cuando yo publiqué esta entrada en mi anterior blog, que ahora recupero en éste). Mi microcuento, Chan, os lo adelanto aquí, por si os apetece leerlo:

EL CHINO. Había una vez un chino llamado Chan que llegó a Barcelona en los años 50. Había aprendido español leyendo una edición bilingüe de El Quijote, así que su castellano era un poco arcaico, pero florido. Si sus padres no hubiesen muerto siendo él aún joven, jamás habría abandonado su mísero pueblo pues, como era costumbre, hubiese querido ocuparse de ellos en la vejez. Viéndose solo en el mundo, Chan cargó la vieja maleta de cartón familiar con pañuelos de colores, platos, varillas y otros útiles de magia. Se los había visto usar al mago del circo ambulante que recalaba cada dos años en la zona. Dedicó el largo viaje en barco a perfeccionar los trucos con los que esperaba ganarse la vida, teniendo a marinos y pasaje como público fiel. Arribaron a Barcelona una hermosa mañana de primavera, y alguien le aconsejó que se instalara cerca del puerto, “en el Barrio Chino”, le dijeron. Feliz ante la idea de encontrarse con compatriotas, aceptó gustoso, y buscó una pensión. Tampoco le fue difícil encontrar un lugar donde mostrar su arte, ya que el barrio –casi tan pobre como su villa natal, aunque mucho más alegre – era un hervidero de locales en los que ahogar las penas y apurar la vida.En su segunda noche de actuación, la conoció. Lola era una andaluza de rompe y rasga que entró de camarera en el local donde actuaba Chan. El arrojo que le faltaba a él fuera del escenario lo tenía todo ella, así que una semana más tarde el chino ya había hecho desaparecer la ropa de Lola. Y ella, también maga, había hecho desaparecer la virginidad del oriental.Con el tiempo, compraron el local, tuvieron hijos y fueron testigos de los primeros achaques propios y del compañero. Pese a ser chino y andaluza, el pa amb tomàquet nunca faltó en la carta, Chan tuvo carné del Barça y la Blanca Paloma y la Moreneta compartieron altar en la habitación de Lola. Mucho antes de eso, Chan le confesó a su mujer: “Creo que me he confundido. En este barrio no hay chinos, ¿verdad?”. Y mirándole a los ojos, Lola le contestó, “ninguna, excepto tú y el que ya viene en camino”. Y colorín colorado, este cuento (¿chino?) se ha acabado. (23.12.2008).

Para no tropezar, hay que mirar atrás

Más vale tarde que nunca. Ya sé que no es una gran frase de inicio. Pero es que el miedo al papel en blanco sólo se combate poniéndose a escribir, aunque se arranque con (otra expresión manida) un ‘lugar común’. Y es que la caja de texto vacía de un blog también puede ser terrorífica. La foto de esta entrada corresponde al libro «Más allá de la medida», que se presentó el pasado 13 de octubre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ni pude ir a la presentación, ni tampoco a recoger (casi un año antes) el certificado que me acreditaba como uno de los diez finalistas del certamen que motivó su publicación: el I concurso de microrrelatos del Museo de la Palabra.
Hubiera querido publicar esta nota cuando me comunicaron el fallo del jurado (queridos y escasos lectores de este blog, dejad que masajee un poco mi ego de narradora: se presentaron 3.682 microrrelatos) y no supe encontrar el momento. También me quedé con ganas de hacerlo cuando se editó el libro con los trabajos de los 160 finalistas. Y, volviendo al inicio de este post, como más vale tarde que nunca, aquí os dejo el enlace a «Más allá de la medida». Si tenéis curiosidad por leer mi cuento, está en la página 18.
En aquellas diez líneas, di forma literaria a un miedo real que sentía cuando, de pequeña, en la época pre-contenedores (¿la recordáis?) había que bajar la basura a la puerta de noche, antes de que pasara el camión de recogida. Mi imaginación infantil me hacía pensar que, si no corría lo suficiente, el hombre malvado que esperaba agazapado en el descansillo acabaría con mi vida de un certero disparo (sí, ya sé, los preescolares no deberían ver películas de gánsters, pero me pirraba el cine negro americano).El relato acaba con mi certeza de que, para erradicar mis miedos (ése, otros, todos), no quedaba otra que girar la cabeza y enfrentarme a la realidad: que yo era la única responsable y creadora de mis pavores, y que huir no era la solución.
Cuando envié el micro, aún no me había dado la vuelta. Nos han enseñado que los tropezones se evitan mirando por dónde andamos. Por fin he descubierto que, antes de iniciar el camino, hay que volver la vista atrás. Porque el pánico paraliza (o te hace correr sin sentar los pies firmes sobre el suelo). Últimamente me ha dado por inspeccionar rincones oscuros y quiero compartir mi descubrimiento: si tú no los pones ahí, los francotiradores eligen la escalera de otro para practicar puntería. Así que ya no me quedan excusas para seguir caminando. Esta vez, tranquila y confiada. (Esta entrada se publicó el 21 de enero de 2011 en mi primer y difunto blog, que murió por mi impericia con las contraseñas y por el kafkiana formulario de recuperación de acesso de blogger. Descanse en paz).