Hoy Almudena Grandes me ha pedido perdón. Era una disculpa no exenta de guasa y, las dos lo sabíamos, innecesaria. Que tu escritora preferida te firme un libro en Sant Jordi, en Barcelona, y charle contigo un par de minutos es un lujo. El ‘perdona’ de Almudena ha venido tras mi cara de decepción cuando me ha dicho que tardará unos dos años (¡!) en publicar su próximo libro. Me ha explicado que, de otro modo, pasaría demasiado tiempo entre la edición del próximo y el siguiente, y otras consideraciones en las que, seguro, tiene toda la razón. Pero para alguien que como yo devora sus novelas, un paréntesis de 730 días es mucho tiempo.
Ya me pasó con Inés y la alegría: la llegada de El lector de Julio Verne se me hizo eterna. Almudena, lo que quizá no sabes es que dejas huérfanos a un montón de lectores. No es que mientras no encontremos madres y padres literarios sustitutos. Los hay muy buenos. Ahora mismo, estoy disfrutando con Freedom, de Jonathan Franzen. Y tengo a la espera Lo que sé de los vampiros, de Francisco Casavella, y quiero retomar a Calders y a Montserrat Roig, volver a Jaume Fuster, seguir descubriendo autores estadounidenses, como la ganadora de un Pulitzer Jennifer Egan… Pero la sintonía que cada uno siente que tiene con su escritor favorito es única e insustituible. A mí me pasa con ella, qué le vamos a hacer.
Por supuesto, no le he explicado nada de eso, no había tiempo. Tampoco me hubiera atrevido a agobiarla en una jornada tan feliz, también tan dura, para los autores como la de las firmas del Día del Libro. Almudena, perdóname túj a mí por mi impaciencia. Buscaré a otros para sobrellevar la espera. Siempre me quedará tu colaboración dominical en El País. Ay…