Con independencia o sin ella, Cataluña quiere respeto

Empiezo por decir que el nacionalismo es un sentimiento. Así que la vocación de independencia suele partir de un sentimiento nacionalista. Y aclaro que yo nunca he tenido ese sentimiento. Me siento catalana, pero también española. Y no me considero nacionalista de ninguno de los dos lugares. Me gusta que estemos juntos. Es así. No necesito razonarlo, ni puedo, porque ya he dicho que es un sentimiento, algo así como una cuestión de fe. O te sientes una cosa, u otra, o las dos, o ninguna de las dos.

Aclarado esto, se están haciendo las cosas tan mal desde hace tanto tiempo que acabarán convirtiendo la independencia de Cataluña en una necesidad. En una cuestión de supervivencia, sobre todo, económica. Ya ha salido la «pela» dirá más de uno, y lo tomará como una demostración de que sí, soy catalana. No seamos hipócritas. Para mí un país, una patria, lo forma la gente que quiero. Y si esa gente (que mayoritariamente vive aquí, en Cataluña) pese a currárselo mucho, se ve privada de derechos, por ejemplo de unos buenos servicios públicos (sanidad, educación…), lo paso mal. Y acabaré buscando alternativas.

Sé que la independencia no es la panacea. Que los políticos que nos gobiernan seguirán cometiendo errores tanto si mandan sobre Cataluña, como si lo hacen sobre Cataluña y España. Pero cuando oigo según qué declaraciones de políticos, conozco según qué decisiones judiciales o leo según qué titulares en periódicos, entiendo a los que no salen a la calle con la senyera, sino con la estelada.

Así que este año no estoy ahí, porque todavía no se me puede contar como independentista (y la presidenta de la entidad que organiza la manifestación ya aclaró que así lo harían con los que asistiesen). Pero si la relación España-Cataluña se sigue pudriendo sin que los que pueden, y deben, hacer algo para evitarlo lo realicen, a lo mejor el próximo 11-S sí. Por necesidad. Por cabreo. Y por una exigencia de respeto hacia la tierra en la que vivo (o, mejor aún, hacia las personas que viven en ella).

 

Vendedores de motos (o la gestión de la crisis)

No sé si a los demás les ocurre, tengo una sensación que va en aumento: que los que mandan intentan vendernos una moto que no deberíamos comprar (ojo, si compramos, tendremos que pedir un crédito, así que luego nos dirán que nos sobreendeudamos y vivimos por encima de nuestras posibilidades).

Hasta hace dos días (o dos años, o cuatro, me da igual; hasta hace bien poco) éramos la envidia del mundo entero y estábamos divinamente (o eso nos hacían creer). De pronto, los mercados deciden que ya no somos confiables, y que la deuda que nos compran les sale demasiado cara. No obstante, en lugar de dejar de comprarla (sería lo lógico, ¿no? Si un producto ya no te parece rentable, buscas otro; si lo sigues adquiriendo, es que hay gato encerrado; cambien ‘gato’ por ‘especulación’), la empujan hacia el abismo y multiplican por mucho sus beneficios.

La situación se va enquistando, sin que los gobernantes de este país logren parar a tiempo ese mecanismo diabólico (¿no saben, no quieren? Yo no sé, pero ellos tampoco; la diferencia entre ellos y yo, ustedes, es que los ponemos ahí porque se les supone capaces de sentar las bases para que, entre todos, hagamos que la cosa funcione; a los demás nos pagan -con suerte- por otras cosas).

Y a partir de ahí, venga a comulgar con ruedas de molino: hay que salvar bancos, hay que recortar derechos sociales, hay que despedir trabajadores del sector público… Y suma y sigue. Tampoco en el sector privado se ha hecho mucho mejor. Ha habido pequeñas empresas asfixiadas que han tenido que cerrar o reducir plantillas porque no les quedaba más remedio. Pero también las hay (de todos los tamaños) que han aprovechado la situación para, ¿cómo es esa frase tan socorrida?, sí, «reducir estructura». En lenguaje llano, echar gente a la calle. Algunas no estaban en pérdidas (o, al menos, no en unos niveles que jutificasen medidas tan drásticas), pero no querían asumir el riesgo de que redujeran sus beneficios los consejeros, accionistas, etc.

Ya sabemos que las empresas no son ONG, pero siempre he echado de menos en España una clase empresarial con visión de futuro, con estrategia y con vocación de aportar algo al bien común (que no se den por aludidos los empresarios que montan su negocio para algo más que para enriquecerse, que seguro que los hay, pero me temo que no son la mayoría; seguramente, el tinglado que hemos dejado entre todos que siga adelante tampoco ayuda, premiando la especulación e inflando burbujas en perjuicio de la actividad productiva).

El gobierno anterior ya pagó sus culpas: pasó al banquillo y no está nada claro que vayan a volver a ser titulares en la próxima liga. El actual fue nefasto como oposición, jugando al acoso y derribo cuando quizás estábamos a tiempo de parar el golpe. Ahora, cuando ya tienen su premio, se escudan en los muchos votos recibidos para no escuchar, no ver, no hablar (sí, como los tres monitos), dejar que todo se pudra aún más y culpar a los de antes (vale, los anteriores no defendieron bien la portería, pero ya digo que se les sacó tarjeta roja; ahora tienen estos el balón, y no le han metido ni un gol a la crisis; al contrario, vamos de mal en peor).

Estando en esta situación, no sólo duelen los golpes (el paro, el declive de la sanidad y la educación públicas, los repagos, las subidas de impuestos, la bajada de ayudas…) si no la sensación de que nos tratan de tontos. Y de que nos quieren enfrentar. A los trabajadores (o ex trabajadores) de lo privado con los de lo público. A los oriundos con los inmigrantes. A los ‘legales’ con los ‘ilegales’. A los de una parte de España, con los de otra. A los de derechas, con los de izquierdas. A los que se endeudaron y ahora no pueden pagar, con los que fueron menos osados, o menos confiados, y no se hipotecaron; o, si lo hicieron, todavía pueden saldar sus préstamos…

Que no, oigan. Que mi vecino no tiene la culpa de que yo esté como estoy. Ni yo, la de que el de enfrente esté peor. Que no van a conseguir que mire hacia otro lado buscando culpables. Que los que ahora me están jodiendo, por acción y/u omisión, son los que mandan. Esos que, hasta que me demuestren lo contrario, no están dando ni una. Están jugando con nuestro presente y el futuro de nuestros hijos. Y la calle está muy caliente.

Ustedes sí que viven por encima de las posibilidades de los demás. Tal vez por eso (porque no están en paro, porque saben que sus hijos no lo estarán, porque tienen mutua privada, porque no cogen el metro y no ven que va cada vez más vacío, ni las caras de tristeza de la gente…) no se enteran de la película. Son como los niños pequeños: se tapan los ojos con las manos y piensan que si no nos ven, nosotros tampoco les vemos. Pues sí, les vemos. Os vemos. Y qué imagen más desoladora… Dentro de poco, no vais a poder colocarle a nadie no ya una moto, ni siquiera una rueda de repuesto.