Este año para Sant Jordi, José Luis Sampedro

José Luis SampedroEl escritor que más me habría gustado que me firmase un libro en Sant Jordi, José Luis Sampedro, falleció hace unos días (para disgusto de muchos que le admirábamos: ya fuera en su faceta de novelista, en la de economista o, simplemente, como persona). Muchos jóvenes lo han descubierto a raíz de su posicionamiento a favor de movimientos como el 15M y de la movilización y concienciación de los ciudadanos. A estos últimos, recomendarles que, además de leer sus ensayos o libros de economía, no dejen pasar sus libros de ficción.

Recuedo la impresión que me causó La vieja sirena. Además de la belleza de la historia, sus reflexiones sobre el amor, el erotismo, las relaciones de amistad, de pareja… Aún recuerdo algunas de ellas como si lo hubiese leído ayer. La sonrisa etrusca es una pequeña joya que repiensa la vida, la vejez, el amor a una edad avanzada… El amante lesbiano lo escribió, si no recuerdo mal, pasados los 80 años. Y es un texto con mucho riesgo, muy expuesto por el tema, por la forma de abordarlo. Claro que, bien pensado, cuando uno llega a esa etapa de su vida, si ha andado bien el camino, te la debe traer al pairo lo que piensen de ti los demás. Debe ser una de las pocas ventajas de envejecer: el saber calibrar, por fin, en qué batallas conviene meterse en cuáles no.

También me he leído El río que nos lleva y estoy ahora con Monte Sinaí. Me quedan, por tanto, algunas obras suyas que leer. Así que, pasando mucho de si son o no novedades, este Sant Jordi le haré mi pequeño homenaje comprando libros suyos. Empezaré por La vieja sirena, que tomé prestado de la biblioteca hace milenios y siempre he querido tenerlo en casa. José Luis, por aquí abajo, te echaremos de menos.

Personas humildes, grandes escritores: Pere Calders

Organizando viejos (muy viejos) papeles, he encontrado una carta que me escribió hace años el estupendo escritor Pere Calders. En ella me agradecía la entrevista que le había hecho para un semanario, Nou Campus, que se difundía por las universidades catalanas. El simple detalle de molestarse en enviar la carta (a una estudiante de periodismo), ya dice mucho de él.

Aquel encuentro me impresionó mucho. Y no por estar delante de uno de los autores más leídos y reconocidos en lengua catalana, sino más bien por lo contrario: porque cuando tantos autores se comportan como si fueran la última Coca-Cola en el desierto, Calders me dijo cosas como que nunca se había considerado un escritor profesional. De hecho, me comentó que, si había escrito sobre todo cuentos cortos, no era porque fuera su género preferido (o no sólo por eso). Se debía a que la literatura, en general oficio inestable y mal pagado, la tuvo que combinar siempre con trabajos más seguros. Se levantaba de madrugada, y así tenía un par de horas para escribir antes de irse a trabajar. Con una dedicación diaria tan breve, le era más fácil armar relatos que novelas.

Es posible que aquella fuera una de las últimas entrevistas que le hicieron antes de su fallecimiento, a los 82 años. Su vitalidad, su lucidez, su sentido de la ética y su humildad me han recordado las de otro autor de avanzada edad que, igual que Calders, sabe conectar, como escritor y como ser humano, con gente de todas las edades: José Luis Sampedro. Sin duda, no se requiere ser buena persona para ser buen escritor (abundan los ejemplos de enormes autores más que controvertidos: Céline o V.S. Naipaul, por citar algunos). Pero, qué queréis que os diga. Si además de escribir bien, sientes que te apetecería tomar un café con ellos, el libro se saborea más. Al menos, es mi caso. Gracias señor Calders.