Otro microrrelato veraniego. ¡Va por ustedes! ; ) «Un, dos, tres, un, dos… ¡Deteneos!» Y los cinco frenábamos en seco frente a las rayas blancas. Justo el tiempo suficiente para notar cómo ardía el asfalto bajo las sandalias. El resto de veraneantes nos miraba con guasa, pero mamá mantenía todas las vacaciones aquella férrea disciplina. Decía que no tenía otra forma de mantenernos a salvo al cruzar la calle, que le faltaban manos con cinco hijos y nuestro padre de Rodríguez en la ciudad. Sólo aflojaba en la playa. Quizás porque todos aprendimos a nadar pronto y bien, buscando conquistar en el mar la libertad que se nos negaba en tierra.
Fueron veranos de apreturas económicas; de mucho cariño pero pocas concesiones y de montones de peleas entre hermanos. Pero también de juegos y complicidades que cristalizaron en recuerdos que me han acompañado siempre. A veces, cuando cruzamos aquel mismo paso de peatones, mi hijo recita el “un, dos, tres, un, dos…”, recordando la anécdota que le he contado mil veces. Y lo hace mientras, obediente, coge mi mano. Que no tiene con quien disputarse.
Carmen Becerra, agosto de 2013.