Frases de niños (Lo que aprendo de Sara, VI)

Huevos-polloSoy partidaria de hablar siempre con claridad a los niños y no mentirles. Eso sí, adaptando los temas a su edad e intentando no traumatizarlos (no sé, si les hablas de la muerte, por ejemplo, no hace falta que les expliques que todos acabamos llenos de gusanos, como los cadáveres de Bones o de CSI). Sin embargo, tanta sinceridad a veces me pone en auténticos aprietos.

Por ejemplo, mi hija sabe que todo el mundo acaba muriendo. Que es algo que forma parte de la vida y que normalmente pasa a la gente que ya es muy mayor. Pues el otro día, con sus 6 añitos, me dice: «Mamá, yo no quiero morirme nunca, me da escalofríos pensar en la muerte». Le expliqué que para eso falta mucho tiempo, y que no es algo en lo que haya que estar pensando de continuo. Por suerte, en seguida pasó a otro tema y no le he notado el más mínimo signo de tristeza o miedo. Es tan feliz como siempre. Pero sí, tenían razón cuando me decían en la guardería que ya era evidente que era una niña muy reflexiva…

El otro día, no sé cómo, acabamos hablando de los huevos de galina. Ella me decía que qué pena comérselos porque impedías que naciese un pollito. Le expliqué que no es así, que los huevos que comemos no están fecundados, que nunca ha habido posibilidad de que de ahí saliera un pollito. Que son como los huevos («diferentes, más pequeños») que tenemos las mujeres, y que sólo si el papá y la mamá han hecho el amor (menos mal que ahí no me pidió detalles…) cuando el huevo estaba listo, nace un bebé, como pasó con ella. Pero que no es fácil, que pasa pocas veces. Y ahí me dice: «Qué interesante… Entonces, yo estuve a punto de desaparecer, ¿verdad?» A partir de ahora, me voy a limitar a comenta con ella los capítulos de Bob Esponja…

«Los hijos no son nuestros: cada uno se pertenece solo a sí mismo»

Con los hijos es fácil tener la tentación de creer que son de nuestra propiedad. Sonará un poco ñoño, pero a menudo agradezco (a la diosa fortuna, o a quién corresponda) el tener una hija sana y que me da muchas alegrías. Ayer, cuando pronuncié una vez más el «gracias por MI hija» se me vino a la cabeza el título de este post.

Creo que es un error confundir propiedad con responsabilidad. Tenemos la responsabilidad de quererlos, cuidarlos y educarlos lo mejor posible. Pero eso no nos da derecho a esperar que sean como queremos que sean, ni a que se comporten siempre a nuestro gusto. Una de las cosas más difícil al educarlos es ponerlos en el buen camino sin ahogar su crecimiento. Dejar que aprendan a tomar sus propias decisiones, que se equivoquen (sin error no hay aprendizaje; sin algún fracaso previo no se llega al éxito), que crezcan, no sólo en el sentido literal de la palabra.

No es fácil. Se puede caer en la sobreprotección, en volcar en ellos las expectativas no cumplidas que teníamos para nosotros mismos, en pedirles más de lo que nos pueden dar, en no respetar que sean diferentes a nosotros o a lo que esperábamos de ellos… Pero, como todos los retos difíciles, también es apasionante. Y cuando ves que no lo estás haciendo mal del todo, hay pocos logros que proporcionen mayor alegría. Claro que el aprobado nos lo tendrán que dar ellos dentro de unos años…

No quiero convertirme en una iaioflauta

Me ha hecho mucha gracia esta denominación que se han otorgado un grupo de personas mayores, que han ‘ocupado’ esta tarde una entidad bancaria de Passeig de Gràcia, en Barcelona. Me ha parecido divertida (iaio, de abuelo en catalán, combinado con flauta, al modo de los ‘perroflautas’) y un buen homenaje a los miles de indignados a los que algunos han llamado perroflautas despectivamente.

Comprendo que estén indignados. Lucharon mucho para que sus hijos tuvieran una vida mejor, menos dura, que la suya y, como ellos dicen, ahora temen por la vida que pueda esperarles a sus nietos. Si las cosas no cambian, muchos miembros de nuestra generación (la que está o ronda los 40) no podremos dejarles una vivienda en herencia a nuestros hijos (con suerte, no heredarán la hipoteca).

No es que lo material sea lo más importante que unos padres pueden dejarle a unos hijos. Por delante están una buena educación, un buen ejemplo de vida, mucho cariño y apoyo… Pero también es verdad que no es lo mismo partir de cero a que te encuentres al menos un trozo del camino despejado. Y también muchos queremos que cuando sean mayores vivan una temporada en el extranjero, pero por gusto, por afán de superación y curiosidad, no porque en su tierra sea imposible que encuentren un trabajo digno.

Vamos, que espero que la situación se enderece para no pasar en unas décadas de indignada mamaflauta a indignada iaiaflauta. En fin, que me pongo de mal humor, y había empezado con una sonrisa pensando en la marcha de estos iaios.

Padres sin complejo de culpa: el colecho

Cuando no tenía aún a mi hija, algunas madres me confesaban que su hijo (alguno de hasta 5 años) dormía con ellas. Y yo, que conocía algún caso en el que el método Estivill había hecho milagros, les preguntaba si no lo vivían como un engorro, con los padres durmiendo separados o todos apiñados en una cama para dos personas. La respuesta, creo recordar, fue que seguro que llegaría un momento en que el niño sería quien no querría dormir con ellos. Que mientras, ya les iba bien así.

Inocente de mí, yo pensaba que lograría evitar el colecho forzado. Al principio, lo conseguimos, aunque había que ir alguna vez durante la noche a calmar a Sara hasta que se volvía a dormir en su cuna. Pero llegó el momento en que la pasamos a una cama baja, y claro, podía escaparse a la nuestra cuando se despertaba. Hartos de acarrearla de una habitación a otra, durante un tiempo la dejamos dormir en la nuestra.

Ahora estamos en la fase de que empieza la noche en la suya y la suele terminar en la de sus padres. En fin, que nos vamos adaptando a las circunstancias. Y no somos los únicos. Cuando hablas con la mayoría de familias, muchas están en la misma situación o parecida. Yo hace tiempo que decidí no hacer un drama de ello. De hecho, es algo cultural. Un amigo de Ecuador, cuando supo que aquí los bebés no dormían con sus padres, nos dijo que ahora entendía porqué necesitaban llevar chupete (allí no suelen usarlo). ¡Pobrecitos!, fue su expresión.

Para los que todavía se sientan culpables o acomplejados por no haber podido con el método Estivill, recomiendo este vídeo de Carlos González. Fuera culpa. Viva la naturalidad.

Lo que aprendo de Sara

Ésta es una entrada de consumo familiar o, al menos, sólo apta para fans de frases de niños. Aquí va una selección de algunas de las veces que mi hija (ahora tiene 5 años recién cumplidos, pero habla como un loro desde los 2) me ha dejado con la boca abierta. Y es que eso de que tus hijos te pueden enseñar tanto o más que tú a ellos, es bien cierto. Ahí van algunas de sus perlas:

– Tendría unos 3 años. Le dije que íbamos a la iglesia a ponerle una vela a su abuela Teresa. Su respuesta: «Mama, si le llevamos la vela, ¿donde está el pastel de cumpleaños?». Moraleja: las velas, las celebraciones y los homenajes, mejor en vida.

– Con casi 4, su abuela Carmen le prohibió que lavara ropa en el bidé (para que no lo pusiera todo perdido) y su reacción fue decirle: «¡Yaya, has destruido mi vida!». Moraleja: A veces hay que dar un golpe encima de la mesa, ¡qué narices!

– Con 4 y medio. Una de sus mejores amigas le tiró a la papelera un palo que ella había cogido en el parque. Se enfadó mucho, y discutieron. Su amiga le dijo que al día siguiente, en el cole, no le iba a hablar. Sara contestó: «Pero si mañana ya ni te acordarás de esto…». Moraleja: no hay que darle a las cosas más importancia de la que tienen.

To be continued…