Aunque a veces lo olvidemos, basta un instante para que nuestra vida cambie para siempre. Para que la magia -blanca o negra -parezca haber invadido nuestro mundo, y que alguien ha tomado los mandos de nuestro destino sin pedir permiso. A veces, mientras está sucediendo ese hecho crucial vemos como un fogonazo, quizás un déjà vú, que nos revela que es así. Otras, no caemos en la cuenta hasta mucho tiempo después.
Eso en la vida real. En la literatura, cuando el texto nos revela uno de esos instantes mágicos, sabemos que estamos ante un cuento (o un capítulo de una novela) «en el que pasa algo», que es lo menos que se le puede pedir a un escritor: que haya vida, acción en sus páginas. Estos días leo Escritura y verdad: Cuentos completos, de Medardo Fraile, publicado por Página de Espuma.
Llevaba mucho tiempo escuchando (sobre todo en boca de profesionales de la escritura y la literatura, no de lectores corrientes, como yo misma; por desgracia, los buenos ‘cuentistas’ no gozan en nuestro país del conocimiento y reconocimiento que merecerían) que era uno de los grandes autores de relatos en español. Pero, como me suele ocurrir (puñetera falta de tiempo), iba pasándome su nombre de una libreta a otra en la lista de futuros autores a leer, pero nunca daba el paso. Su muerte el pasado mes de marzo me hizo saltar todas las alarmas de la mala conciencia (¡basta de procrastinación!) y me puse a ello.
Está lleno de esos instantes que comentaba. Y también de personajes que quedan retratados con una anécdota que resume sus vidas. Y de pinceladas de surrealismo que le dan otro tono a la realidad. Y de reflexiones en voz alta que, de repente, pensamos que podrían haber sido nuestras, si un personaje de Medardo no nos hubiera tomado la delantera. Y alguna, incluso, es casi una advertencia: no sigas por ahí, endereza el rumbo o te pasará como al protagonista de mi cuento.
Hay caramelos de limón que llevan dentro recuerdos únicos; y solteronas que consiguen una vida luminosa convirtiendo su casa en una gigantesca lámpara de araña; y personas que, en su empeño por agradar y no molestar, pasan por este mundo sin dejar huella; y gente ordinaria que comete crímenes extraordinarios; y compañeros de trabajo que alteran tu vida para siempre; y malentendidos que es mejor dejar sin aclarar; y penas que pesan, aunque nadie nos explique de dónde vienen; y amores que no llegan a ocurrir, pero ay de haber ocurrido… Si no conocéis su obra, yo no dejaría pasar ni un día más sin descubrirla. Dicho queda.