Resultados de un trabajo de campo de 47 años

Necesito compartir mis descubrimientos con el mundo. Son ya 47 años de observación (se cumplieron el pasado 23 de enero) y me ha parecido una cifra suficiente para sacar a la luz estas primeras conclusiones. A ver, primero de todo, me considero una profesional rigurosa del mirar, recoger evidencias y extraer resultados. Pero no soy científica, debo advertirlo. Así que no me pidáis un abstract ni un cálculo de la fiabilidad +/- de este estudio. Pero si a alguien le sirve para llevar un poco mejor esto de cumplir años, me doy por satisfecha.

No es un estudio homogéneo. Cuando era chiquitita, no voy a decir que solo me fijara en tonterías, pero aún no valoraba lo suficiente el concepto «recoger información». Y algunas de las cosas que vi en la infancia no las procesé hasta años después. Supongo que nos pasa a todos. Aprendí que los padres no siempre aciertan, pero que, incluso cuando la fastidian, los que te quieren te dan una tierra fértil sobre la que plantar raíces. Que conocerse es muy difícil, aceptarse cuesta años (a veces más de 40) y gustarse… Bueno, eso no le llega a todo el mundo.

En la adolescencia y primera juventud descubrí que todos somos mucho más frágiles de lo que intentamos aparentar. Y que es un arte tener la suficiente cintura para esquivar los golpes contra la autoestima. Y si logras reforzar la tuya lo bastante para poder ayudar a sostener la de alguien más (o, al menos, no contribuir a minarla) ya has empezado a andar un camino importante.

Luego (en la edad adulta) llega uno de los aprendizajes más importantes: ¡cuánto cuesta todo! A menudo, merece la pena, pero fácil, fácil, no se suele dar. Pero el científico que ha llegado hasta aquí, si ha seguido de forma adecuada las evidencias, no se achanta por eso. Hemos venido a jugar, así que mientras haya cartas sobre la mesa…

Y, por último, el apartado de conclusiones. No hay frase más sabia que «solo sé que no sé nada». Y esta es mía «cuesta lo mismo poner cara de perro que sonreír». Y el secreto final: casi nunca somos tan estupendos como nos gusta creer. Pero, al mismo tiempo, solemos flagelarnos en exceso (quizás para compensar la dureza con la que casi siempre juzgamos a los demás). Así que si alguien me pregunta que tres cosas me llevaría a una isla desierta, respondería humildad, ganas y sonrisas. Iniciamos el camino al año 48 del estudio.