Frases de niños (Lo que aprendo de Sara, VI)

Huevos-polloSoy partidaria de hablar siempre con claridad a los niños y no mentirles. Eso sí, adaptando los temas a su edad e intentando no traumatizarlos (no sé, si les hablas de la muerte, por ejemplo, no hace falta que les expliques que todos acabamos llenos de gusanos, como los cadáveres de Bones o de CSI). Sin embargo, tanta sinceridad a veces me pone en auténticos aprietos.

Por ejemplo, mi hija sabe que todo el mundo acaba muriendo. Que es algo que forma parte de la vida y que normalmente pasa a la gente que ya es muy mayor. Pues el otro día, con sus 6 añitos, me dice: «Mamá, yo no quiero morirme nunca, me da escalofríos pensar en la muerte». Le expliqué que para eso falta mucho tiempo, y que no es algo en lo que haya que estar pensando de continuo. Por suerte, en seguida pasó a otro tema y no le he notado el más mínimo signo de tristeza o miedo. Es tan feliz como siempre. Pero sí, tenían razón cuando me decían en la guardería que ya era evidente que era una niña muy reflexiva…

El otro día, no sé cómo, acabamos hablando de los huevos de galina. Ella me decía que qué pena comérselos porque impedías que naciese un pollito. Le expliqué que no es así, que los huevos que comemos no están fecundados, que nunca ha habido posibilidad de que de ahí saliera un pollito. Que son como los huevos («diferentes, más pequeños») que tenemos las mujeres, y que sólo si el papá y la mamá han hecho el amor (menos mal que ahí no me pidió detalles…) cuando el huevo estaba listo, nace un bebé, como pasó con ella. Pero que no es fácil, que pasa pocas veces. Y ahí me dice: «Qué interesante… Entonces, yo estuve a punto de desaparecer, ¿verdad?» A partir de ahora, me voy a limitar a comenta con ella los capítulos de Bob Esponja…

La espera: Amor de madre

Pocas obras de teatro he visto que reflejen tan bien como «L’espera», de Remo Binosi, qué es y qué puede llevar a hacer lo que denominamos amor de madre. Además, La esperaObra de teatro La espera habla del motor que el amor, en general, supone en la vida de las personas. Como puede cambiarlo todo.

En la obra del autor italiano, ambientada en el siglo XVIII, tres mujeres muy distintas, dos de ellas embarazadas, se ven obligadas a compartir un encierro de varios meses, mientras aguardan a que la de clase social alta (una joven condesa) dé a luz a un hijo ilegítimo (de ahí su reclusión, para no frustar su boda con un duque). La acompañan una joven criada encinta y el aya de la condesa, una mujer mayor resignada (qué remedio) a su condición y a la vida solitaria que le ha tocado en suerte.

Las dos mujeres jóvenes, que al principio ni siquiera se respetan (se malsoportan) acaban enamorándose, y compartiendo el amor por los hijos que esperan, aunque ninguno de ellos ha sido buscado. No desvelaré más, porque ojalá mucha gente vea aún esta magnífica obra (maravillosas las tres actrices, Marta Marco, Isabel Rocatti y Clara Segura, y estupendo el trabajo de dirección de Juan Carlos Martel). Sólo añadir que hay pasión, entrega, traición… Y que me ha sorprendido leer que el autor (fallecido hace unos años, con poco más de 50) la escribió mientras su esposa estaba embarazada. Remueve tantas cosas este drama que yo creo que habría estado tocando madera continuamente para conjurar el mal fario si hubiese creado una historia así durante mi propia espera. Aunque quizá al escribir también hizo eso: alejar los miedos (que todos tenemos en un momento así) de su vida real y traspasárselos a sus criaturas de ficción. Por cierto, he ido a ver la obra al Teatre Sagarra con mi madre. Espero que mi hija también me considere buena compañera de platea dentro de unos años.

Lo sentimos, no se puede simular un embarazo

Las ciencias avanzan que es una barbaridad, y en Japón, aún más. De allí llega un nuevo invento, un simulador de embarazos que promete revelar en unos minutos las sensaciones que vive una futura madre durante los nueve meses de gestación: el movimiento del bebé, su aumento de peso, la presión del feto en el interior del cuerpo femenino…

Supuestamente, serán los hombres los más interesados en probar esta sensación que -y eso es más difícil que cambie, aunque nunca se puede decir nunca jamás -les está vetada. De hecho, ¿no habéis oído decir a más de un hombre eso de «lo que más envidio de una mujer es la capacidad de dar vida»? Seguro que muchos lo dicen convencidos de que lo sienten, y no sólo para aparentar una sensibilidad especial (y
atractiva para algunas mujeres). En los casos sinceros, habríamos
pasado de la envidia del pene que desde Freud todos los hombres saben
que tenemos (es una ironía, pero me ahorro la cursiva), a la envida
de ellos por el hecho de que nosotras podamos parir.

Vaya por delante el hecho de que tener a mi hija ha sido la mejor decisión de mi vida. Pese a todo, creo que los hombres que pronuncian esa frase se olvidan (o desconocen, o minusvaloran) algunos factores que van incluidos en el kit
«Conviértase en mamá». En primer lugar, aguantar durante unos 40 años el periodo, la marea roja, la regla, la menstruación o como queramos llamarla. Sí, esa revolución de hormonas que, a veces (no siempre, a menudo cuando nos cabreamos con vosotros tenemos razones para ello, ajenas al ciclo del mes en el que estemos) te cambia el humor; y que en todas las ocasiones (en diferentes grados) provocar dolor, hinchazón, etcétera.

Sigamos con el embarazo. Incluso los buenos (el mío lo fue) tienen, cuando menos, algunas de las siguientes incomodidades añadidas: Los brutales cambios en nuestro
cuerpo (temporales que, en el caso de los kilos de más, a veces devienen en definitivos), posibles problemas de falta de calcio, pérdida de visión, diabetes gestacional, piernas como botas, sueño o cansancio (a veces extremos), varices, hemorroides, hipersensibilidad, y alguna me dejo (no todas las sufrimos todas, por
supuesto, pero haberlas haylas, como las meigas). Sin olvidar la falta de comprensión de algunas parejas y entornos laborales.

Llegamos al parto. Miedo, riesgo (cada vez menos, por fortuna), a veces hospitales saturados y personal estresado y poco comprensivo (no fue mi caso), dolorosas
contracciones, rasurado, lavativa, episotomía, epidurales que no llegan a tiempo o de las que se pasa el efecto antes del final, partos que habían de ser naturales y acaban en cesárea (una intervención quirúrgica, que nunca es plato de gusto), etc.

Ya tenemos a nuestro bebé y sí, es cierto, es una de las sensaciones más maravillosas que se pueden experimentar (pero chicos, primero hemos pasado por todo lo otro,
ojo). Y entonces llegan la recuperación (más o menos rápida, según), la lactancia (con las presiones para que sea natural, los miedos a que no suba la leche o el bebé, o tú, no os adaptéis bien, las grietas sangrantes en los pezones sí, al principio duele
y mucho), las noches sin dormir, la cuarentena (a nosotras también
nos gusta el sexo; lo recuerdo por si acaso), el pánico a no saber
cuidar bien de tu pequeño, el lío que se monta entre seguir a
Carlos González, al Dr. Estivill o los consejos de tu madre (de tu
abuela, de tu suegra, de todas tus amigas…) y, para algunas
mujeres, la depresión postparto (para muchas más, una sensación de
estar prisionera en casa, de haberse quedado sin tiempo para sí
misma (los primeros meses, cuesta encontrar tiempo hasta para
bañarse, no digamos ya para ir a la peluquería o tomar un café con
una amiga).

Y cuando todo comienza a normalizarse y
le estás tomando el gusto a estar con tu bebé llega (tras sólo 16
semanas, ¡viva la conciliación en este país!) la vuelta al
trabajo. Un trabajo -si lo tienes y puedes volver, aunque eso daría
para otro artículo -en el que (otra vez la conciliación) no siempre
te dejan (o te puedes permitir) reducciones de jornada (acompañadas
de reducción de sueldo) ni flexibilidad horaria.

¿Que merece la pena pasar por todo
ello para convertirse en madre? Yo tengo claro que me la ha merecido.
¿Que algunos nos tenéis envidia sana? Seguro, pero sólo de la
parte bonita ¿a que sí? Pues, señores, va todo junto. Y no, para el pack completo, no hay simulador que valga.